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7 de octubre de 2013

"Manteca colorá", de Montero Glez

Manteca colorá Montero Glez
FICHA TÉCNICA:
Género: Narrativa
Editorial: Debolsillo

SINOPSIS:
Por si no lo he dicho antes, estamos hablando de Conil de la Frontera, un pueblo marinero situado en la región más antigua y más ofendida de occidente: la costa gaditana. El pueblo no es muy grande y visto de lejos, se asemeja a un brochazo blanco sobre la playa je llaman de los Bateles. Sin embargo, a la noche, recién ence ndidas las casas, guarda cierto parecido con un belén navideño de los tiempos de Augusto, no haciendo falta que ea época de villancicos para que el milagro acontezca Ocurre en todas las épocas del año, incluso en las de verano, con sus noches de brisa agradable y sardinita a la plancha, siendo en tan candente estación cuando el Nacimiento puede verse al completo. No faltan ni las luces de mentiras ni las estrellas de purpurina, ni tampoco los camellos ni sus tabernas brillando a lo lejos. Una de estas tabernas lleva por nombre la Gigantilla y tiene un cartel a la entrada donde pone: Especialidad en Caracoles y Carne Mechada. Y aquí nos vamos a parar, pues es donde la Sole trabaja. Abre una vez pasada la calor, a eso de las seis de la tarde. Y echa los cierres después del último cliente, que suele ser a las mil y gallo.

OPINIÓN:
Ha llegado un punto en que si Montero Glez escribe la lista de la compra en una servilleta a mí me gusta leerla. Así pues voy a intentar ser lo más objetivo posible y no vender la obra como de lectura obligatoria (aunque yo sí crea que lo es) porque la verdad es que es bastante delicada. Delicada por lo distinto a lo que podamos estar habituados, no en el sentido de suave y sensible, todo lo contrario, menudo es el señor Montero cuando dice de afilar el lápiz.
El autor suele emplear el cuento o relato corto como laboratorio de futuras novelas. Algunos, como ‘Rubia de rabia’ se convierten en un pasaje que se coloca en medio de esa novela (‘Pólvora negra’ en ese caso). En ‘Manteca colorá’ el relato no se incluye a manera de capítulo, sino que la novela en sí es la ampliación de dicho relato –uno de los mejores, en mi opinión- titulado ‘El último sacramento’ y que aparece en sus recopilaciones ‘Besos de fogueo’ y ‘Polvo en los labios’. Si bien para algunos pueda ser un problema, pues relato y novela comparten trama y desenlace, a mí no me ha importado conocer de antemano el final de la historia pues, como ya dije en la reseña de ‘Pistola y cuchillo’, Montero Glez escribe para gente a la que le gusta leer, y puesto que disfruté con el relato, la novela no ha hecho sino hacerme disfrutar durante más tiempo.
La atmósfera, el escenario y los personajes son fundamentales en esta obra y el autor se encarga de subrayar dichos aspectos mediante el uso (abusivo, tal vez) de onomatopeyas para la atmósfera (disparos, golpes, pasos, sirenas…) y jerga barriobajera para el escenario, un pueblo costero donde danzan al ritmo de la narración narcotraficantes, prostitutas, policías corruptos y clérigos enviciados. No falta en casi ninguna página el ‘hijoeputa’, el ‘sabusté’ o el ‘cagondiós’. Y de este modo nunca olvidamos dónde y rodeados por quiénes nos situamos.
Onomatopeyas y lenguaje cercano hacen que el lector penetre en una historia rápida (en la que, sin embargo, ha lugar para intercalar varias subtramas a la manera de Paul Auster), intensa, salvaje, que deja sensación de haber sido leída en tiempo real y en la que, detalle que también me ha gustado y mucho, se nos habla, tanto en el plano personal como en el psicológico, de prácticamente todos los personajes que aparecen en la historia, por breve que sea su papel.
Como el trago de ‘Tio Pepe’ dado a morro en la botella o el solisombra de las cinco de la mañana antes de zarpar pescadores, las palabras del autor rascan al entrar y no creo puedan dejar indiferente a nadie. Háganme caso: pasen y lean a Montero Glez.

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