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20 de septiembre de 2014

"La hoguera de las vanidades", de Tom Wolfe

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FICHA TÉCNICA:
Género: Narrativa
Traducción: Enrique Murillo
Editorial: Anagrama

SINOPSIS:
Tom Wolfe debutó triunfalmente como novelista con "La hoguera de las vanidades", que fue calificada como la novela de Nueva York. El protagonista es un yuppie, un asesor financiero que se ha convertido en la estrella de una firma de brokers, pero que se ve inmerso en rocambolescas dificultades jurídicas, matrimoniales e incluso económicas a partir de la noche en que se pierde por las calles del Bronx cuando llevaba a su amante del aeropuerto Kennedy a su nido de amor. A partir de esta peripecia, Tom Wolfe va hilando una compleja trama que le permite presentar el mundo de las altas finanzas, los restaurantes de moda y las exclusivas parties de Park Avenue, así como el submundo picaresco de la policía y los tribunales del Bronx, y también el mafioso universo de Harlem y las nuevas sectas religiosas. Un hilarante e irrepetible fresco, diseccionado con desenvuelta crueldad y acerada ironía por un Tom Wolfe en plenitud de facultades. El personaje central resulta ser finalmente la gran capital del mundo en este final de siglo: Nueva York, con todos sus esplendores y todas sus miserias, retratada en la prosa de tecnicolor, vistavisión y sensorround que es la marca de fábrica de ese maestro de periodistas y, como demuestra aquí, personalísimo y magistral novelista que es Tom Wolfe.

OPINIÓN: 
Lo primero que se me viene a la cabeza es parafrasear ese dicho taurino de “corrida de expectación, corrida de decepción”.
Había oído maravillas de ella, de la brutal crítica hacia la sociedad neoyorquina de los 80, aquella de la era Reagan donde se veneraba el éxito social y el dinero por encima de todo; de su original formato, ya que está escrita como si se tratara de una crónica periodística (no en vano su autor es periodista de profesión); de su lenguaje dinámico y tan visual que se realizó un filme (que no he visto) con las megaestrellas del momento Tom Hanks y Bruce Willis, pero de factura irregular que no alcanzó el éxito esperado (¿Será porque lo dirigió el excesivo Brian De Palma?). En fin, el boom literario de la década.
Nada más comenzar a leer te atrapa la ácida verborrea incontenible de Wolfe y el rápido desfile de personajes emblemáticos de la Gran Manzana: políticos corruptos, fiscales de distritos obsesionados con elecciones absentistas de su oficio judicial, el mediocre y trepa abogado judío, los toscos pero leales policías irlandeses, el predicador negro experto manipulador de la peor demagogia del racismo, el tiburón wasp de Wall Street, el periodista borracho que se regodea en su decadencia a la espera de la noticia que le lleve directo al Pulitzer y, finalmente, el Bronx, ese distrito poblado de miseria y delincuencia que no sólo es marco de la acción junto a su opuesta de clase alta Park Avenue, sino que se alza como un rico personaje robaescenas. No deja títere con cabeza.
Ingredientes de éxito. ¿Qué es lo que falla, a mi modo de ver? Que varias de las señas de identidad de la novela se convierten al final en la soga que la ahorca: esa manía común a casi todos los periodistas metidos a literatos de mostrar/alardear de toda la documentación que manejan, venga o no a cuento, lastra el ritmo de la narración, máxime cuando son casi 700 páginas. A la mitad, los discursos repetidos, la información redundante, el empeño en el tempo de la crónica, hacen la lectura muy cuesta arriba y se sigue la novela sólo por ver cómo termina el juicio.
Además, pienso que Wolfe abusa de la división social americana de judío, irlandés, wasp (White Anglosaxon Protestant), negro/portorriqueño, útil para la crítica pero tópica y maniquea.
Finalmente, creo que es una novela que ha envejecido mal, en parte debido a su concepto periodístico. Lo que fue un aldabonazo a la hipócrita sociedad americana del 87 queda hoy como algo un tanto kitsch por el estilo excesivo del autor, más como un documento ideal para conocer el período que una novela por derecho.
A pesar de ello, la recomiendo para quienes no vivieron esa época, tendrán una visión bastante gráfica, para amantes de las pelis de juicio y para nostálgicos de las hombreras imposibles, maquillajes de opereta y las Nikes blancas para vestir.

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