Género: Narrativa
Editorial: Newcastle Ediciones
Editorial: Newcastle Ediciones
SINOPSIS:
Crónica centrada en los primeros años de su autor, El sueño de los vencejos constata que, como tantas veces se ha dicho, la infancia siempre es la misma, un periodo al margen del tiempo. Y sin embargo, de igual forma, verifica cómo la niñez es además un minucioso espejo donde se refleja fielmente el telón de fondo de la época en que transcurre. Entre la confidencia, la evocación de un mundo desaparecido y la glosa y el comentario interpretativo, los capítulos de estas memorias proyectan con un estilo cuidado y con acertada precisión la vida, en apariencia sin historia, propia de un niño en una capital de provincias. Una capital mediterránea en un país uniformado, más despoblado, más silencioso y pobre, todo él como una gran provincia. El sueño de los vencejos viene a ser, pues, tanto un lúcido testimonio personal como la descripción transversal y verosímil de una cansada España en los años finales del tardofranquismo.
OPINIÓN:
A mitad de esta lectura comenté en mis redes sociales que era una delicia de obra y no le sobraba ni una coma. Y así continuó hasta el final, convirtiéndose en uno de los libros que más he disfrutado este año.
Aunque sería fácil encuadrar esta obra (no me atrevo a decir novela, aunque tampoco es una biografía al uso) en la llamada autoficción, hay algo que la distingue del resto de textos de este reciente género (reciente, al menos, la etiqueta), y es que en estas páginas pesan mucho más los terceros que el propio autor. Sus sentimientos y reflexiones siempre surgen en función de o dirigidos hacia otros. Incluso durante sus solitarios paseos por las calles y las calas suele el autor / protagonista pensar en las inquietudes de sus padres y su hermano, o recordar a sus amigos de otros años y colegios.
Decía que no sabía si estamos ante una novela o una biografía, y tal vez indagar este punto no sea más que perder el tiempo. Estamos ante unos recuerdos nítidos y sinceros, plagados de saltos temporales que no afectan para nada el fluir de la narración —todo lo contrario, pocas obras he tenido entre manos que se dejen leer con tanto deleite— donde el autor se enfrenta a su infancia sin mayor intención que disfrutar el poder de evocación de la literatura.
Cierto es que nos encontramos ante la radiografía de una época, ese primer postfranquismo que tan determinante ha sido en la historia de nuestro país, pero no hay afán sociológico o académico en las páginas. En ningún momento el texto peca de exceso, pues tampoco hay drama forzado en las relaciones con su familia, en el recuerdo de las discusiones de sus padres, los cambios de domicilio, la mirada perdida de su hermano, que el autor trata de comprender hoy como lo intentaba entonces…
Me ha sorprendido en gran medida la universalidad de un texto que, a priori, no debería serlo por estar referido a muy pocos años en la vida de una persona (una persona concreta, con nombre y apellido) y, además, a tan solo dos zonas geográficas muy próximas: Alicante y Murcia. Sin embargo, a medida que pasaba las páginas me proyectaba más y más en ellas, y este es un placer que muy pocas veces se nos otorga a los lectores. Y ha sido extraño, y muy emotivo, comprobar las similitudes de aquella infancia con la mía, comprobar que si se omiten referencias a lugares y personas, no hay apenas diferencias entre el 1976 del autor y mi 1986. Por cada paso que daba el joven protagonista en su infancia había otro mío; sus inquietudes hacia la figura del hermano mayor, con quien compartía habitación, tienen su reflejo entre las cuatro paredes que compartimos mi hermano y yo a mediados de los ochenta; el eco de las discusiones de sus padres se confundía en mi mente con el de las peleas de los míos; la forzada y vacía religiosidad de la madre y el padre que sale por la mañana y regresa al anochecer son recuerdos de una barriada obrera de Cartagena de los que nunca podré despojarme, como ha sucedido a Moreno. Incluso he vivido algo tan concreto como la visita a la cárcel para saludar al padre funcionario (en este caso al contrario, yo acompañaba a un amigo hijo de funcionaria).
‘El sueño de los vencejos’ es una obra que nadie debería perderse por el motivo más sensato que se puede argüir al recomendar una lectura: el mero placer de leer.
Aunque sería fácil encuadrar esta obra (no me atrevo a decir novela, aunque tampoco es una biografía al uso) en la llamada autoficción, hay algo que la distingue del resto de textos de este reciente género (reciente, al menos, la etiqueta), y es que en estas páginas pesan mucho más los terceros que el propio autor. Sus sentimientos y reflexiones siempre surgen en función de o dirigidos hacia otros. Incluso durante sus solitarios paseos por las calles y las calas suele el autor / protagonista pensar en las inquietudes de sus padres y su hermano, o recordar a sus amigos de otros años y colegios.
Decía que no sabía si estamos ante una novela o una biografía, y tal vez indagar este punto no sea más que perder el tiempo. Estamos ante unos recuerdos nítidos y sinceros, plagados de saltos temporales que no afectan para nada el fluir de la narración —todo lo contrario, pocas obras he tenido entre manos que se dejen leer con tanto deleite— donde el autor se enfrenta a su infancia sin mayor intención que disfrutar el poder de evocación de la literatura.
Cierto es que nos encontramos ante la radiografía de una época, ese primer postfranquismo que tan determinante ha sido en la historia de nuestro país, pero no hay afán sociológico o académico en las páginas. En ningún momento el texto peca de exceso, pues tampoco hay drama forzado en las relaciones con su familia, en el recuerdo de las discusiones de sus padres, los cambios de domicilio, la mirada perdida de su hermano, que el autor trata de comprender hoy como lo intentaba entonces…
Me ha sorprendido en gran medida la universalidad de un texto que, a priori, no debería serlo por estar referido a muy pocos años en la vida de una persona (una persona concreta, con nombre y apellido) y, además, a tan solo dos zonas geográficas muy próximas: Alicante y Murcia. Sin embargo, a medida que pasaba las páginas me proyectaba más y más en ellas, y este es un placer que muy pocas veces se nos otorga a los lectores. Y ha sido extraño, y muy emotivo, comprobar las similitudes de aquella infancia con la mía, comprobar que si se omiten referencias a lugares y personas, no hay apenas diferencias entre el 1976 del autor y mi 1986. Por cada paso que daba el joven protagonista en su infancia había otro mío; sus inquietudes hacia la figura del hermano mayor, con quien compartía habitación, tienen su reflejo entre las cuatro paredes que compartimos mi hermano y yo a mediados de los ochenta; el eco de las discusiones de sus padres se confundía en mi mente con el de las peleas de los míos; la forzada y vacía religiosidad de la madre y el padre que sale por la mañana y regresa al anochecer son recuerdos de una barriada obrera de Cartagena de los que nunca podré despojarme, como ha sucedido a Moreno. Incluso he vivido algo tan concreto como la visita a la cárcel para saludar al padre funcionario (en este caso al contrario, yo acompañaba a un amigo hijo de funcionaria).
‘El sueño de los vencejos’ es una obra que nadie debería perderse por el motivo más sensato que se puede argüir al recomendar una lectura: el mero placer de leer.
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