Género: Narrativa
Traducción: Javier Lucini
Traducción: Javier Lucini
Editorial: Antonio Machado
SINOPSIS:
OPINIÓN:
En esta autobiografía ‘El hombre de negro’ nos cuenta con sus propias palabras cómo aquel niño que recolectaba algodón en Arkansas llegó a convertirse en el artista más comprometido de su época, admirado por blancos, negros, indios, mineros, presos y trepas adinerados que daban codazos por salir junto a él en las fotos.
Con una prosa muy cercana, sin ornamentos innecesarios y yendo al grano, las páginas avanzan mientras vemos como los programas de música góspel que escuchaba aquel niño por la radio calan en él con la misma intensidad que la admiración por su hermano Jack, un niño que vivía para predicar la palabra de Dios y que sin duda hubiera llegado a predicador si un accidente de trabajo no hubiera truncado su vida a muy temprana edad. Tiempo después, este niño algo desorientado pasa por el ejército, por una empresa de ventas a puerta fría y, tras varios intentos, consigue grabar un par de canciones para el sello americano Sun Records, donde conoce a estrellas de la talla de Jerry Lee Lewis, Roy Orbison, Carl Perkins (con quien le uniría una gran amistad durante el resto de su vida) y el mismísimo Elvis Presley.
Johnny Cash siempre fue un hombre devoto a su manera: creía (y, por tanto, pedía explicaciones) a su dios, al mismo dios en el que creía su familia y su difunto hermano, y su pasión por escuchar y componer música góspel le acompañó toda la vida, si bien es cierto, y el propio Cash lo admite en esta autobiografía, que durante muchos años tuvo serias dificultades para compartir esta devoción con el resto de la gente, negándose a pisar una iglesia o cualquier otro lugar de culto. Esto cambiaría tras volcarse en la figura de June Carter (y su familia) para luchar contra ‘el demonio del engaño’.
Este demonio no era otro que su adicción al alcohol y las anfetaminas, una espiral de autodestrucción a la que se vio empujado por un éxito que le resultaba muy difícil llevar sin esa ‘ayuda’ externa. Cash nos cuenta sus peripecias, completamente alcoholizado, al volante de su coche e incluso de un tractor, noches en el calabozo (sus compañeros de celda no creían que estuvieran al lado del famoso cantante), y el paso del alcohol a las pastillas, cómo se mentía para convencerse de que podía parar cuando se lo propusiese (el Engaño, con mayúscula) y cómo dicha situación le llevó a ser detenido en la frontera por llevar la guitarra llena de anfetas e incluso a perder el sentido en mitad de alguna actuación, hechos con gran repercusión en los medios de comunicación que dañaron seriamente su imagen.
Es entonces cuando abandona sus adicciones (con recaídas puntuales en una gira por oriente) y decide volcarse en la religión y el activismo, algo que ya formaba parte de su personalidad, pero ahora acrecentado por haberse visto muy cerca del abismo y ser consciente de ello. A este renacer debemos sus míticos discos en las prisiones de Folsom y San Quintín.
Qué duda cabe de que esta historia de ascenso, caída y mantenimiento del mito ya nos la han contado cientos de veces y siempre es la misma (comparen las películas sobre Johnny Cash y Ray Charles, parece el mismo guion adaptado a distintos escenarios), pero cuando versa sobre alguien a quien se admira, y además contada por él mismo, pues uno se engancha al texto y lo devora y disfruta como quien no quiere la cosa. Admito que las partes más religiosas se me han empalagado un poco, cosa que se ha visto compensada con creces con el frenesí de la parte rockero-anfetamínica.
No puedo ser objetivo en lo que se refiere a Johnny Cash, a mí me gusta cualquier cosa que tenga relación con él y tengo que recomendar esta lectura porque considero que todo el mundo debe conocer la historia de este icono cuya figura trasciende la esfera musical.
Con una prosa muy cercana, sin ornamentos innecesarios y yendo al grano, las páginas avanzan mientras vemos como los programas de música góspel que escuchaba aquel niño por la radio calan en él con la misma intensidad que la admiración por su hermano Jack, un niño que vivía para predicar la palabra de Dios y que sin duda hubiera llegado a predicador si un accidente de trabajo no hubiera truncado su vida a muy temprana edad. Tiempo después, este niño algo desorientado pasa por el ejército, por una empresa de ventas a puerta fría y, tras varios intentos, consigue grabar un par de canciones para el sello americano Sun Records, donde conoce a estrellas de la talla de Jerry Lee Lewis, Roy Orbison, Carl Perkins (con quien le uniría una gran amistad durante el resto de su vida) y el mismísimo Elvis Presley.
Johnny Cash siempre fue un hombre devoto a su manera: creía (y, por tanto, pedía explicaciones) a su dios, al mismo dios en el que creía su familia y su difunto hermano, y su pasión por escuchar y componer música góspel le acompañó toda la vida, si bien es cierto, y el propio Cash lo admite en esta autobiografía, que durante muchos años tuvo serias dificultades para compartir esta devoción con el resto de la gente, negándose a pisar una iglesia o cualquier otro lugar de culto. Esto cambiaría tras volcarse en la figura de June Carter (y su familia) para luchar contra ‘el demonio del engaño’.
Este demonio no era otro que su adicción al alcohol y las anfetaminas, una espiral de autodestrucción a la que se vio empujado por un éxito que le resultaba muy difícil llevar sin esa ‘ayuda’ externa. Cash nos cuenta sus peripecias, completamente alcoholizado, al volante de su coche e incluso de un tractor, noches en el calabozo (sus compañeros de celda no creían que estuvieran al lado del famoso cantante), y el paso del alcohol a las pastillas, cómo se mentía para convencerse de que podía parar cuando se lo propusiese (el Engaño, con mayúscula) y cómo dicha situación le llevó a ser detenido en la frontera por llevar la guitarra llena de anfetas e incluso a perder el sentido en mitad de alguna actuación, hechos con gran repercusión en los medios de comunicación que dañaron seriamente su imagen.
Es entonces cuando abandona sus adicciones (con recaídas puntuales en una gira por oriente) y decide volcarse en la religión y el activismo, algo que ya formaba parte de su personalidad, pero ahora acrecentado por haberse visto muy cerca del abismo y ser consciente de ello. A este renacer debemos sus míticos discos en las prisiones de Folsom y San Quintín.
Qué duda cabe de que esta historia de ascenso, caída y mantenimiento del mito ya nos la han contado cientos de veces y siempre es la misma (comparen las películas sobre Johnny Cash y Ray Charles, parece el mismo guion adaptado a distintos escenarios), pero cuando versa sobre alguien a quien se admira, y además contada por él mismo, pues uno se engancha al texto y lo devora y disfruta como quien no quiere la cosa. Admito que las partes más religiosas se me han empalagado un poco, cosa que se ha visto compensada con creces con el frenesí de la parte rockero-anfetamínica.
No puedo ser objetivo en lo que se refiere a Johnny Cash, a mí me gusta cualquier cosa que tenga relación con él y tengo que recomendar esta lectura porque considero que todo el mundo debe conocer la historia de este icono cuya figura trasciende la esfera musical.
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