Género: Narrativa
Editorial: Dirty Works
SINOPSIS:
Los hombres y las mujeres que se acodan en las barras de estos relatos están al borde de la ruptura, tratan de seguir adelante y fingen, pero beben y se hacen daño. Es gente común y corriente, gente abollada. Obreros fatigados, amas de casa alcoholizadas, granjeros arruinados…, gente que se desloma por llegar a fin de mes y apenas puede. Hay perros atropellados, botellas escondidas, rifles cargados y salas de urgencia. Dolores íntimos con la violencia siempre a flor de piel. Larry Brown ha bebido con ellos. Ha estado en los mismos bares. Ha vomitado en los mismos urinarios. Sabe escuchar y sabe contarlo. No hace juicios morales. Sugiere más que desvela. Se mete en sus corazones y es capaz de destilar la esencia misma de la fragilidad humana.Cuando esta obra vio la luz en 1988, la revista Newsweek calificó a su autor como «una de las voces más auténticas del Sur de Estados Unidos». Fue su ópera prima.
OPINIÓN:
Antes de nada, decir que descubro autor y descubro editorial. No podría ser más feliz ahora mismo. Pero vamos al meollo.
«Dar la cara» es una historia de la (Norte)América profunda. Diez relatos, sí, pero una historia, la de los perdedores que se van cargando problemas a la espalda hasta que esta cede, y aún así deben seguir yendo a trabajar si quieren alimentar a su bebé; la de las almas gemelas que se obvian mientras vierten su tiempo y sus lágrimas en la botella de cerveza, y las almas opuestas que se cruzan, chocan y explotan. Narrativa americana con aroma a Lucky Strike y sabor a Jack Daniel´s, literatura con botas de serpiente y camisa de cuadros. Antes de acabar el libro habrás agotado tu subsidio de desempleo.
En este infierno exterior e interior (a veces el demonio se sienta a tu lado en el bar, otras veces duerme bajo el sofá de casa), Brown coloca una fila de peones negros que llevan años sin ver al rey ni a la reina, ni si quiera a un alfil. Y las blancas mueven y ganan.
De la rutina de un matrimonio muerto, narrado con el buen gusto y el acierto de no decir al lector por qué ni cómo se ha llegado a esa situación (la literatura no debe explicar, sino contar), a otro que se mantiene en un imposible equilibrio al borde del acantilado. En el primer caso el alcohol asoma al fondo, con una de las mejores interpretaciones de Ray Milland bajo la batuta del genial Billy Wilder: un hombre pretende ver ‘Días sin huella’ mientras su esposa trata de consumar el matrimonio. Ambos fracasan en el intento. En el segundo caso el alcohol toma el mando de la situación, la película ha saltado de la pantalla del televisor a la cocina donde una mujer esconde botellas detrás de los electrodomésticos.
Continúa con la universal historia de los ricos y los pobres, y sigue con la del hombre acabado en el ocaso de su vida, que toma malas decisiones con la tranquilidad de saber que ya no hay tiempo para empeorar aún más. Conoceremos además al niño que llora la muerte de su perro y a la sombra que evoca una despiadada historia de amor y violencia (relatos ambos muy arriesgados en la forma, jugando el primero a ser un poema de Bukowski y el segundo un cadáver exquisito). Se cierra esta historia de historias con el destino enfrentado a quien sólo quiere pasarlo bien con quien sólo quiere llorar, a quienes se buscan y aún no lo saben (y por eso se rechazan), y al adulto imbécil que tiene que reconocer que lo es con el niño de once años que se ha dado cuenta de que lo es, y así se lo ha transmitido: mientras ella gasta su dinero, la abuela y los niños esperan en el coche. Pobre imbécil…
Hace poco escuché que quien quiera escribir una sola palabra debe primero leer toda la narrativa norteamericana de los dos últimos siglos. Esta obra, aunque reciente, podría ser un magnífico comienzo. Además de estos relatos, Dirty Works ha publicado dos novelas del autor a las que pronto hincaré el diente. Háganse un favor y lean a Larry Brown.
«Dar la cara» es una historia de la (Norte)América profunda. Diez relatos, sí, pero una historia, la de los perdedores que se van cargando problemas a la espalda hasta que esta cede, y aún así deben seguir yendo a trabajar si quieren alimentar a su bebé; la de las almas gemelas que se obvian mientras vierten su tiempo y sus lágrimas en la botella de cerveza, y las almas opuestas que se cruzan, chocan y explotan. Narrativa americana con aroma a Lucky Strike y sabor a Jack Daniel´s, literatura con botas de serpiente y camisa de cuadros. Antes de acabar el libro habrás agotado tu subsidio de desempleo.
En este infierno exterior e interior (a veces el demonio se sienta a tu lado en el bar, otras veces duerme bajo el sofá de casa), Brown coloca una fila de peones negros que llevan años sin ver al rey ni a la reina, ni si quiera a un alfil. Y las blancas mueven y ganan.
De la rutina de un matrimonio muerto, narrado con el buen gusto y el acierto de no decir al lector por qué ni cómo se ha llegado a esa situación (la literatura no debe explicar, sino contar), a otro que se mantiene en un imposible equilibrio al borde del acantilado. En el primer caso el alcohol asoma al fondo, con una de las mejores interpretaciones de Ray Milland bajo la batuta del genial Billy Wilder: un hombre pretende ver ‘Días sin huella’ mientras su esposa trata de consumar el matrimonio. Ambos fracasan en el intento. En el segundo caso el alcohol toma el mando de la situación, la película ha saltado de la pantalla del televisor a la cocina donde una mujer esconde botellas detrás de los electrodomésticos.
Continúa con la universal historia de los ricos y los pobres, y sigue con la del hombre acabado en el ocaso de su vida, que toma malas decisiones con la tranquilidad de saber que ya no hay tiempo para empeorar aún más. Conoceremos además al niño que llora la muerte de su perro y a la sombra que evoca una despiadada historia de amor y violencia (relatos ambos muy arriesgados en la forma, jugando el primero a ser un poema de Bukowski y el segundo un cadáver exquisito). Se cierra esta historia de historias con el destino enfrentado a quien sólo quiere pasarlo bien con quien sólo quiere llorar, a quienes se buscan y aún no lo saben (y por eso se rechazan), y al adulto imbécil que tiene que reconocer que lo es con el niño de once años que se ha dado cuenta de que lo es, y así se lo ha transmitido: mientras ella gasta su dinero, la abuela y los niños esperan en el coche. Pobre imbécil…
Hace poco escuché que quien quiera escribir una sola palabra debe primero leer toda la narrativa norteamericana de los dos últimos siglos. Esta obra, aunque reciente, podría ser un magnífico comienzo. Además de estos relatos, Dirty Works ha publicado dos novelas del autor a las que pronto hincaré el diente. Háganse un favor y lean a Larry Brown.
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