Género: Narrativa
Editorial: Seix Barral
Editorial: Seix Barral
SINOPSIS:
Publicada en 1988 y convertida hoy en un long seller, "La lluvia amarilla" es un símbolo del éxodo rural, una novela fundamental de la literatura española reciente que consagró a Julio Llamazares como uno de nuestros más valiosos narradores.
OPINIÓN:
A raíz de la publicación de obras que he disfrutado mucho, como ‘La España vacía’ o ‘Los últimos. Voces de la Laponia española’, de un tiempo a esta parte me siento muy atraído por lo que ya es casi un género en sí: la narrativa sobre la despoblación. En esta ocasión he dejado a un lado las novedades, casi todas ensayos o recopilaciones de artículos, para sumergirme en una novela de los años 80 que trata el tema con una intensidad y una delicadeza que se graban a fuego en el recuerdo.
Nos introducimos en el monólogo interior de Andrés (creo que no hay ni una sola línea de diálogo en toda la obra), último habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo Aragonés en el que ya no queda nadie. A raíz de la muerte de Sabina, su mujer, un episodio cuya descripción y asimilación por parte del protagonista roza lo gótico, comienza una extensa disquisición sobre un mundo rural que poco a poco se acaba, una vida donde tierras y personas se confundían en un solo ser dando lugar a un vinculo cuya ruptura puede acarrear trágicas consecuencias.
Conforme avanza la narración, que se mece entre líneas de un lenguaje casi poético, aumenta la intensidad y la tensión al tiempo que se reafirma esa identidad personaje-paisaje, de manera que cuando Andrés habla no es sino el pueblo quien se manifiesta a través de su voz, y el personaje se desmorona, pierde la cabeza en una opresiva atmósfera que se contagia al lector, al tiempo que las casas se derrumban, la piedra se cubre de musgo y el metal se oxida.
Especialmente inquietantes y bellos son, para mí, dos pasajes de la obra: aquel en que la muerte habita en la cocina de cada hogar y el encuentro sin palabras entre Andrés y un antiguo vecino que vuelve a por sus pertenencias.
Una maravilla cuya lectura recomiendo encarecidamente.
Nos introducimos en el monólogo interior de Andrés (creo que no hay ni una sola línea de diálogo en toda la obra), último habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo Aragonés en el que ya no queda nadie. A raíz de la muerte de Sabina, su mujer, un episodio cuya descripción y asimilación por parte del protagonista roza lo gótico, comienza una extensa disquisición sobre un mundo rural que poco a poco se acaba, una vida donde tierras y personas se confundían en un solo ser dando lugar a un vinculo cuya ruptura puede acarrear trágicas consecuencias.
Conforme avanza la narración, que se mece entre líneas de un lenguaje casi poético, aumenta la intensidad y la tensión al tiempo que se reafirma esa identidad personaje-paisaje, de manera que cuando Andrés habla no es sino el pueblo quien se manifiesta a través de su voz, y el personaje se desmorona, pierde la cabeza en una opresiva atmósfera que se contagia al lector, al tiempo que las casas se derrumban, la piedra se cubre de musgo y el metal se oxida.
Especialmente inquietantes y bellos son, para mí, dos pasajes de la obra: aquel en que la muerte habita en la cocina de cada hogar y el encuentro sin palabras entre Andrés y un antiguo vecino que vuelve a por sus pertenencias.
Una maravilla cuya lectura recomiendo encarecidamente.
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