FICHA TÉCNICA:
Género: Ensayo
Traducción: Isabel Soler
Editorial: Acantilado
SINOPSIS:
Traducción: Isabel Soler
Editorial: Acantilado
SINOPSIS:
En 1538, Francisco de Holanda, joven pintor de veinte años y humanista en ciernes, viajó a Italia por orden de Juan III de Portugal para ilustrar «las fortalezas y obras más insignes» de aquella tierra. Esta misión diplomática le permitió visitar varias ciudades italianas y conocer, en Roma, a Miguel Ángel, que entonces tenía sesenta y tres años y se había convertido en el artista más influyente de Europa. Los diálogos recogidos en este volumen recrean literariamente las conversaciones sobre arte que Francisco mantuvo con el maestro en las reuniones que organizaba la poetisa Vittoria Colonna—gran amiga de Miguel Ángel y destacada figura del Renacimiento italiano—, en las que también participaron otros artistas de la época. Esta cuidadosa edición no sólo nos ofrece una original pieza literaria en que las voces y opiniones singulares de un buen número de personajes ilustres suenan plenamente vivas, sino también una obra de un gran interés histórico, pues contribuyó a la difusión de la novedosa idea de creación artística que se impondría en Occidente durante los siglos venideros.
OPINIÓN:
1540. El Papa, más que vicario de Cristo, se cree Dios entre nosotros; los cardenales viven como sultanes. Escandalizados, unos se hicieron seguidores de carniceros como Lutero y Calvino, otros se lo disculparon por amor al arte.
Los intelectuales renacentistas pecan de soberbia. Ponen al hombre como centro del universo, sí, pero no a cualquier hombre, sólo al que representan y son ellos mismos.
El recuerdo del saco de Roma fresco, las influencias imperial, española, francesa; política endemoniada, de equilibrios que cuestan vidas, guerras, a la menor alteración. En este ambiente, un portugués llega a Roma en busca del ideal de la Antigüedad, personificado en Miguel Ángel. De su experiencia sacará este libro.
Su amistad con el Divino florentino es cierta, aunque los diálogos que leemos aquí no lo son literalmente. Admirado el autor por la alta consideración de que gozan los artistas en la Roma papal, en la Italia principesca, quiere influir para que ocurra igual en su patria portuguesa.
Reivindicación de la pintura, que considera superior a la escultura, con muchos ejemplos de la idolatrada Antigüedad grecolatina. Buen libro para los amantes del arte, del Renacimiento italiano, concretamente. Meritoria traducción, creo. Las notas, un festín para recordar quién era quién en la época. 210 páginas, edición de Acantilado, enero de 2018.
Los intelectuales renacentistas pecan de soberbia. Ponen al hombre como centro del universo, sí, pero no a cualquier hombre, sólo al que representan y son ellos mismos.
El recuerdo del saco de Roma fresco, las influencias imperial, española, francesa; política endemoniada, de equilibrios que cuestan vidas, guerras, a la menor alteración. En este ambiente, un portugués llega a Roma en busca del ideal de la Antigüedad, personificado en Miguel Ángel. De su experiencia sacará este libro.
Su amistad con el Divino florentino es cierta, aunque los diálogos que leemos aquí no lo son literalmente. Admirado el autor por la alta consideración de que gozan los artistas en la Roma papal, en la Italia principesca, quiere influir para que ocurra igual en su patria portuguesa.
Reivindicación de la pintura, que considera superior a la escultura, con muchos ejemplos de la idolatrada Antigüedad grecolatina. Buen libro para los amantes del arte, del Renacimiento italiano, concretamente. Meritoria traducción, creo. Las notas, un festín para recordar quién era quién en la época. 210 páginas, edición de Acantilado, enero de 2018.
Luis Miguel Sotillo Castro
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