Género: Narrativa
Editorial: Seix Barral
SINOPSIS:
El Pijoaparte, protagonista de esta novela, es uno de esos raros y afortunados personajes de ficción que han venido a incorporarse a la imaginación colectiva y al lenguaje común, como representación magistral de un tipo de la clase baja y marginada que posee, con los atractivos de la juventud, el descaro y la aspiración de realizar un sueño de prestigio social concretado en Teresa, la hermosa muchacha rubia, estudiante e hija de la burguesía. La historia de amor de la niña de buena familia y el joven charnego enlazará todo un mundo de hampones y burgueses, criadas e hijos de papá progresistas que configuran esta novela a la vez romántica y sarcástica, dura e ideal, galardonada con el Premio Biblioteca Breve en 1965 y publicada ahora con las últimas correcciones de su autor.
OPINIÓN:
"Para la señora Serrat, el Monte Carmelo era algo así como el Congo, un país remoto e infrahumano, con sus leyes propias, distintas. Otro mundo. A través de la luminaria azul de su vida presente, a veces aún le asaltaban lejanos fogonazos rojos: un viejo cañón antiaéreo disparando desde lo alto del Carmelo y haciendo retumbar los cristales de las ventanas de todo el barrio (entonces, cuando la guerra, vivían en la barriada de Gracia, y al horrendo cañón aquel la gente lo llamaba el “abuelo”). Y recordaba también, de los primeros años de la postguerra, las tumultuosas y sucias manadas de chiquillos que de vez en cuando se descolgaban del Carmelo, del Guinardó y de Casa Baró e invadían como una espesa lava los apacibles barrios altos de la ciudad con sus carritos de cojinetes a bolas, sus explosiones de carburo y sus guerras de piedras: auténticas bandas. Eran hijos de refugiados de la guerra, golfos armados con “tiradores” de goma y hondas de cuero, y rompían faroles y se colgaban detrás de los tranvías. Pensando en ello, ahora le dijo a su hija: —Tú ya no te acordarás, pero cuando eras una niña, un salvaje del Carmelo estuvo a punto de matarte... Teresa sonrió extrañamente: por espacio de un segundo respiró de nuevo la humedad de aquel oscuro rincón de la escalera de su casa, cerca del Paseo de San Juan, notó el aliento perdido, el intenso olor a cetona que transpiraban las ropas del muchacho y su mano roñosa al agarrar sus trenzas, obligándola a girar la cara lentamente y a pronunciar varias veces la extraña palabra (“¡Di zapastra, dilo!” “Zapastra.”). —Sí que me acuerdo, mamá”.
He terminado esta famosa novela publicada en 1966, del recién fallecido y renombrado escritor catalán Juan Marsé (1933-2020).
Creo que es una historia de amor, una especie de triángulo amoroso, utilizada para retratar con lujo de detalles caricaturescos la situación sociopolítica de Barcelona en los años 60-70 y en delante.
Y está muy bien lograda, usando la exageración irreal de las situaciones para conseguir esta parodia ...
... Los personajes son muy redondos y logran, cada uno de ellos, ser el fiel retrato de las diferentes estratos que representan, y sus intereses ...
La historia tiene elementos de suspenso en los que uno se cuestiona cuándo el atrevido Pijoaparte Manolo será descubierto y atrapado en sus osados robos de motos y sus intrusiones con escalamiento ... Momentos de incredulidad ante la exagerada ingenuidad enamorada de la marujita Maruja, rayana en la estupidez ...
Momentos de estupefacción al ver la ceguera de la bella y rica universitaria progresista, Teresa Serrat, con toda una historia imaginaria armada en su calenturienta rubia cabecita; rabanita revolucionaria ... su pasatiempo más adrenalínico consiste en conjuras y conspiraciones sin ton ni son, pero que no dejan de tener peligro inminente ... Momentos de enojo contra los padres de Teresa que la dejan a su aire, sin control ... o ¿será que eso es algo imposible, controlar a un universitario?
Momentos muy turísticos recorriendo los barrios altos y bajos de Barcelona y visitando bares y restaurantes que ahora son partes icónicas del itinerario turístico literario de Barcelona.
Para terminar diré que me ha encantado esta novela y que la recomiendo.
"Había recordado el Tibet, al pie del Carmelo. Rincón sofisticado (falsa cabaña, troncos barnizados, techo de paja, luz embotellada) en la terraza de una vieja torre de los años treinta convertida en residencia y restaurant. Un altavoz emitía una música suave. El sitio era tranquilo, solitario, y a Teresa le encantó. Ocuparon una mesa junto a la veranda que daba sobre la carretera, más allá de la cual se veían huertas y algarrobos, con una balsa de agua que centelleaba al sol como un espejo y una antigua masía que hacía años había sido apresada por la ciudad. Al atardecer verían el cielo encendiéndose sobre el Parque Güell, tras el cerro llamado Tres Cruces. Teresa estuvo largo rato admirando el paisaje, de codos en la veranda, junto a Manolo. —Me gusta tu barrio. —¿Ves aquellas pistas de tenis, allá abajo, entre los árboles? —Manolo señalaba con el brazo—. Es el Club de Tenis La Salud. De niño trabajé en las pistas, recogía pelotas, como Santana... A que nunca habías estado aquí".
Lucila Argüello
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