Género: Narrativa
Traducción: Juan Sebastián Cárdenas
SINOPSIS:
Estamos en 1904, en la época de la Exposición Universal celebrada en
Saint Louis. La familia Wolfe se ha trasladado desde Asheville y ha
abierto aquí un pequeño alojamiento para los vecinos de su lejana ciudad
natal que visitan la Exposición. Grover Wolfe tiene sólo doce años,
pero, según dicen todos, una sensibilidad y una madurez extraordinarias…
He aquí uno de los textos más hermosos de la literatura norteamericana del siglo XX: la búsqueda del «niño perdido», del hermano muerto. Una historia, en cuatro tiempos, contada por uno de los grandes narradores de los años treinta: Thomas Wolfe, quien construye, con telón de fondo de esa América provinciana que aún hoy nos fascina, una novela tan bella como intensa, perfecta en su estructura e inigualable en su poder de evocación.
He aquí uno de los textos más hermosos de la literatura norteamericana del siglo XX: la búsqueda del «niño perdido», del hermano muerto. Una historia, en cuatro tiempos, contada por uno de los grandes narradores de los años treinta: Thomas Wolfe, quien construye, con telón de fondo de esa América provinciana que aún hoy nos fascina, una novela tan bella como intensa, perfecta en su estructura e inigualable en su poder de evocación.
OPINIÓN:
Pocos libros me han emocionado, conmovido, traspasado como éste. Y
no es fácil que ocurra dada mi larga vida de creyente en la fe libraica.
Es el vivo testimonio de que cien páginas son ARTE y seiscientas, mediocridad.
En ese pequeño gran formato que los franceses llaman “nouvelle” nos llegan estos recuerdos autobiográficos del autor en los que evoca al hermano mayor, muerto prematuramente por el tifus, a través de distintas voces: la suya propia y las más esquivas de los componentes de su familia, como si, cual chamán, consiguiese conjurar esa presencia ausente y materializarla entre las dos dimensiones constantes que rigen el universo de Wolfe: el Tiempo y la Luz.
Esos ejes cartesianos nos trasportarán a la época de la Exposición Universal de St. Louis, a la plaza de un pueblo que es, a su vez, todos los pueblos del Medio Oeste norteamericano, en el momento anterior a la desaparición. En el centro, un niño de 12 años la recorre en el sentido de las agujas del reloj para contarnos cómo comprar caramelos con sellos se convierte en una ordalía, cómo son sus vecinos y qué valores tienen según el trabajo que realizan, las sensaciones que le despiertan, lo orgulloso que se siente de su padre. La plaza lo hace físico y configura su personalidad:
Una vez que salgamos de ella, la
figura del niño se diluirá entre los deslavazados recuerdos de la madre y
la hermana que cuentan la historia de su desaparición, hasta hacerse
casi inaprensible para el hermano/autor, que 30 años después, vaga en su
búsqueda por una retícula de calles a las que el tiempo mudó de nombre y
la luz, de orientación.
La escritura de Thomas Wolfe (no confundir con Tom Wolfe, el de La hoguera de las vanidades) es poesía en movimiento, la magia de una escapada en tren, la sensación de una gominola derritiéndose en la boca, el lirismo de una tormenta de verano que se anuncia en naranja, el dolor de la pérdida perdida.
Es la palabra justa, la sensibilidad sin barroquismo. Su dominio del lenguaje, puro deleite para cualquier lector que le lata tinta el corazón.
Es lo único que he leído de este autor, pero lo suficiente como para que decida sumergirme en toda su obra a pulmón.
Maravilloso y, a pesar del tema, nada triste.
Traducción atinadísima de Juan Sebastián Cárdenas.
Es el vivo testimonio de que cien páginas son ARTE y seiscientas, mediocridad.
En ese pequeño gran formato que los franceses llaman “nouvelle” nos llegan estos recuerdos autobiográficos del autor en los que evoca al hermano mayor, muerto prematuramente por el tifus, a través de distintas voces: la suya propia y las más esquivas de los componentes de su familia, como si, cual chamán, consiguiese conjurar esa presencia ausente y materializarla entre las dos dimensiones constantes que rigen el universo de Wolfe: el Tiempo y la Luz.
Esos ejes cartesianos nos trasportarán a la época de la Exposición Universal de St. Louis, a la plaza de un pueblo que es, a su vez, todos los pueblos del Medio Oeste norteamericano, en el momento anterior a la desaparición. En el centro, un niño de 12 años la recorre en el sentido de las agujas del reloj para contarnos cómo comprar caramelos con sellos se convierte en una ordalía, cómo son sus vecinos y qué valores tienen según el trabajo que realizan, las sensaciones que le despiertan, lo orgulloso que se siente de su padre. La plaza lo hace físico y configura su personalidad:
“La luz vino y se fue y vino de nuevo, las atronadoras campanadas de las tres de la tarde llenaron la ciudad entera de multitudinarios bronces, las suaves brisas de abril le arrancaron láminas de arco iris a la fuente, hasta que el surtidor volvió a palpitar en el momento en que Grover entraba en la plaza.”
La escritura de Thomas Wolfe (no confundir con Tom Wolfe, el de La hoguera de las vanidades) es poesía en movimiento, la magia de una escapada en tren, la sensación de una gominola derritiéndose en la boca, el lirismo de una tormenta de verano que se anuncia en naranja, el dolor de la pérdida perdida.
Es la palabra justa, la sensibilidad sin barroquismo. Su dominio del lenguaje, puro deleite para cualquier lector que le lata tinta el corazón.
Es lo único que he leído de este autor, pero lo suficiente como para que decida sumergirme en toda su obra a pulmón.
Maravilloso y, a pesar del tema, nada triste.
Traducción atinadísima de Juan Sebastián Cárdenas.
Loro Flint
Hacía tiempo que lo tenía en la lista de pendientes, fue la reseña de Loro la que me lo recordó y animó a su lectura, por fin.
Es una obra breve donde las emociones, los sentidos y el paisaje se confunden. Relata la vida de Grove Wolfe, un chico de casi 12 años, recién mudado a Ashville con su familia, en la época de la exposición Universal, en 1904. Varios de sus hermanos narran su estancia allí, después de muchos años, de forma viva aunque desordenada, a retazos. El escrito está repleto de nostalgia y sentimiento, pero sin caer en lo más triste, sino en lo más bello de la existencia.
Una lectura agradable, buen ritmo y estilo poético. La recomiendo.
Es una obra breve donde las emociones, los sentidos y el paisaje se confunden. Relata la vida de Grove Wolfe, un chico de casi 12 años, recién mudado a Ashville con su familia, en la época de la exposición Universal, en 1904. Varios de sus hermanos narran su estancia allí, después de muchos años, de forma viva aunque desordenada, a retazos. El escrito está repleto de nostalgia y sentimiento, pero sin caer en lo más triste, sino en lo más bello de la existencia.
Una lectura agradable, buen ritmo y estilo poético. La recomiendo.
Dolors Martínez
Un libro MA-RA-VI-LLO-SO. Absolutamente sensorial y emotivo, me atrapó desde el primer párrafo. Es una belleza.
ResponderEliminarUn abrazo