7 de enero de 2019

"La lluvia amarilla", de Julio Llamazares

la lluvia amarilla julio llamazares
FICHA TÉCNICA:
Género: Narrativa
Editorial: Seix Barral

SINOPSIS: 
Andrés es el último habitante de Ainielle, un pueblo abandonado del Pirineo aragonés. Entre «la lluvia amarilla» de las hojas del otoño que se equipara al fluir del tiempo y la memoria, o en la blancura alucinante de la nieve, la voz del narrador, a las puertas de la muerte, nos evoca a otros habitantes desaparecidos del pueblo y nos enfrenta a los extravíos de su mente y a las discontinuidades de su percepción en el villorrio fantasma del que se ha enseñoreado la soledad. 
Publicada en 1988 y convertida hoy en un long seller, "La lluvia amarilla" es un símbolo del éxodo rural, una novela fundamental de la literatura española reciente que consagró a Julio Llamazares como uno de nuestros más valiosos narradores.

OPINIÓN:
A raíz de la publicación de obras que he disfrutado mucho, como ‘La España vacía’ o ‘Los últimos. Voces de la Laponia española’, de un tiempo a esta parte me siento muy atraído por lo que ya es casi un género en sí: la narrativa sobre la despoblación. En esta ocasión he dejado a un lado las novedades, casi todas ensayos o recopilaciones de artículos, para sumergirme en una novela de los años 80 que trata el tema con una intensidad y una delicadeza que se graban a fuego en el recuerdo.
Nos introducimos en el monólogo interior de Andrés (creo que no hay ni una sola línea de diálogo en toda la obra), último habitante de Ainielle, un pueblo del Pirineo Aragonés en el que ya no queda nadie. A raíz de la muerte de Sabina, su mujer, un episodio cuya descripción y asimilación por parte del protagonista roza lo gótico, comienza una extensa disquisición sobre un mundo rural que poco a poco se acaba, una vida donde tierras y personas se confundían en un solo ser dando lugar a un vinculo cuya ruptura puede acarrear trágicas consecuencias.
Conforme avanza la narración, que se mece entre líneas de un lenguaje casi poético, aumenta la intensidad y la tensión al tiempo que se reafirma esa identidad personaje-paisaje, de manera que cuando Andrés habla no es sino el pueblo quien se manifiesta a través de su voz, y el personaje se desmorona, pierde la cabeza en una opresiva atmósfera que se contagia al lector, al tiempo que las casas se derrumban, la piedra se cubre de musgo y el metal se oxida.
Especialmente inquietantes y bellos son, para mí, dos pasajes de la obra: aquel en que la muerte habita en la cocina de cada hogar y el encuentro sin palabras entre Andrés y un antiguo vecino que vuelve a por sus pertenencias.
Una maravilla cuya lectura recomiendo encarecidamente.

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