27 de julio de 2022

"La caída", de Albert Camus

la caida albert camus
FICHA TÉCNICA:
Género: Narrativa
Traducción: Manuel de Lope
Editorial: Debolsillo

SINOPSIS:
Publicada originalmente en 1956, La caída es la tercera novela de Albert Camus y la última que vio la luz en vida del autor. Consiste enteramente en la confesión que el narrador y protagonista, Jean-Baptiste Clamence, le hace a un oyente silencioso a lo largo de varias jornadas en la ciudad de Ámsterdam, y su extenso monólogo se centra en los hechos que le llevaron a abrazar el sinsentido existencial.
Una noche, al volver a su casa en París, Clamence pasó por un puente en el que vio a una muchacha inclinada sobre el parapeto. Enseguida la oyó arrojarse al agua, pero no hizo nada por socorrerla. A partir de entonces, ha vivido roído por la culpa y no ha dejado de caer en su propia escala moral. En este hombre desgarrado, Albert Camus refleja sin duda a una sociedad de posguerra que lucha con sus fantasmas, mientras busca un centro vital y la verdadera justicia.

OPINIONES:
Fue la lectura de julio de 2022 en el Club de Lectura.

"Mire usted, ¿sabe por qué lo crucificaron a aquel otro, a aquel en quien tal vez usted piensa en este momento?
Bueno, había muchas razones para hacerlo.
Siempre hay razones para asesinar a un hombre.
En cambio, resulta imposible justificar que viva.
Por eso, el crimen encuentra siempre abogados, en tanto que la inocencia, sólo a veces.
Pero, junto a las razones que nos explicaron muy bien durante dos mil años, había una muy importante de aquella espantosa agonía.
Y no sé por qué la ocultan tan cuidadosamente.
La verdadera razón está en que él sabía, sí, él mismo sabía que no era del todo inocente.
Si no pesaba en él la falta de que se lo acusaba, había cometido otras, aunque él mismo ignorara cuáles.
¿Las ignoraba realmente, por lo demás?
Después de todo él estuvo en la escena; él debía haber oído hablar de cierta matanza de los inocentes.
Si los niños de Judea fueron exterminados, mientras los padres de él lo llevaban a lugar seguro, ¿por qué habían muerto, sino a causa de él?
Desde luego que él no lo había querido.
Le horrorizaban aquellos soldados sanguinarios, aquellos niños cortados en dos.
Pero estoy seguro de que, tal como él era, no podía olvidarlos.
Y esa tristeza que adivinamos en todos sus actos, ¿no era la melancolía incurable de quien escuchaba por las noches la voz de Raquel, que gemía por sus hijos y rechazaba todo consuelo? La queja se elevaba en la noche. Raquel llamaba a sus hijos muertos por causa de él, ¡y él estaba vivo!
Sabiendo lo que sabía, conociendo profundamente al hombre —¡ah, QUIÉN HUBIERA CREÍDO QUE EL CRIMEN NO CONSISTE TANTO EN HACER MORIR COMO EN NO MORIR UNO MISMO!—, puesto día y noche frente a su crimen inocente, se le hacía demasiado difícil sostenerse y continuar.
Era mejor terminar, no defenderse, morir, para no ser el único en vivir y para ir a otra parte, a otra parte en que tal vez lo sostendrían.
Y no lo sostuvieron.
Él se quejó por eso, y por añadidura lo censuraron.
Sí, fue el tercer evangelista, según creo, el que comenzó a suprimir su queja. "¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?"
Era un GRITO SEDICIÓN, ¿no es cierto?
ENTONCES ACUDIERON A LAS TIJERAS. Observe usted, por lo demás, que SI LUCAS NO HUBIERA SUPRIMIDO NADA, APENAS SE HABRÍA ECHADO DE VER LA COSA. En todo caso, no habría ocupado un lugar tan importante. DE ESTA SUERTE, EL CENSOR PROCLAMABA LO QUE PRESCRIBE.
El orden del mundo también es ambiguo. El orden del mundo no impide que él, el censurado, no haya podido continuar.
Y, querido amigo, sé bien de lo que hablo. Hubo un tiempo en que a cada minuto yo no sabía cómo podría llegar al siguiente. Sí, en este mundo podemos hacer la guerra, simular el amor, torturar a nuestros semejantes, aparecer en los periódicos, o sencillamente, hablar mal del vecino, mientras tejemos.
Pero en ciertos casos continuar, tan sólo continuar, es algo sobrehumano.
Y él no era sobrehumano, puede usted creerlo. Él GRITÓ SU AGONÍA, Y POR ESO LO AMO, AMIGO MÍO.
Murió sin saber. Lo malo es que nos dejó solos, para continuar, pasare lo que pasare, aun cuando estemos metidos en la mazmorra estrecha, sabiendo a nuestra vez lo que él sabía, pero incapaces de hacer lo que él hizo e incapaces de morir como él.
Claro está que la gente procuró ayudarse un poco con su muerte.
Después de todo, fue un rasgo genial aquello de decirnos: "Vosotros no sois resplandecientes; eso es un hecho. Y bien, no vamos a contar cada detalle. Lo liquidaremos todo de un golpe, en la cruz".
Pero mucha gente sube ahora a la cruz únicamente para que se la vea desde más lejos, aun cuando sea necesario patear al que se encuentra en ella desde hace tanto tiempo.
Demasiada gente decidió PRESCINDIR DE LA GENEROSIDAD PARA PRACTICAR LA CARIDAD.
"¡Oh, qué injusticia, qué injusticia se hizo con él y cómo siento oprimido el corazón!
Vamos, ya empiezo otra vez, me pongo a abogar. Perdóneme usted, comprenda que tengo mis razones. Mire, unas calles más allá hay un museo que se llama Nuestro Señor del Desván. En su época, los hombres situaron sus catacumbas bajo los tejados. Qué quiere usted, aquí los sótanos se inundan. Pero hoy, tenga usted la seguridad de que su Señor, el de ellos, no está ya ni en el granero ni en el sótano. En lo más secreto de su corazón lo pusieron presidiendo un tribunal, y entonces ellos pegan y pegan: y sobre todo, JUZGAN, JUZGAN EN SU NOMBRE.
Sin embargo, él HABLABA TIERNAMENTE a la PECADORA: "YO TAMPOCO TE CONDENO"; pues bien, eso no tiene importancia alguna.
Ellos condenan, no absuelven a nadie. En nombre del Señor, éstas son tus cuentas. ¿Del Señor? Él no pedía tanto, amigo mío.
El quería que lo amaran, nada más.
CLARO ESTÁ QUE HAY GENTES QUE LO AMAN, AÚN ENTRE LOS CRISTIANOS, PERO PUEDE CONTÁRSELAS CON LOS DEDOS DE LA MANO.
Por lo demás, él lo había previsto. Tenía cierto sentido del humor.
Pedro, usted sabe, aquel miedoso, Pedro, pues, renegó de él: "No conozco a ese hombre… No sé lo que quieres decir, etc." Verdaderamente exageraba.
Y ENTONCES ÉL HIZO UN JUEGO DE PALABRAS:
"Sobre esta piedra edificaré mi iglesia."
No se podía llevar más lejos la ironía, ¿no le parece? Pero no, ellos aún triunfan. "Vosotros veis, él lo dijo." En efecto, él lo dijo y conocía muy bien la cuestión.
Y luego partió para siempre, dejándolos juzgar y condenar, con el perdón en la boca y la sentencia en el corazón".

Fue la lectura conjunta elegida en el Club de Lectura de Literatura+1 para Julio 2022.
"La Caída" (1956) es la tercera y última obra de ficción completa del francés nacido en Argelia, Albert Camus (1913-1960), Premio Nobel de Literatura 1957; novela filosófica CORTA, PERO ESPESA ... (99 páginas).
Camus nos deleita con su ingenio al estructurar una CONFESIÓN en el MONÓLOGO de un JUEZ-PENITENTE a un recién conocido compatriota, en un bar portuario de Ámsterdam, donde se ofrece a dicho parroquiano como intérprete del francés al holandés, pues el "gorila" bar ténder no entiende más que el idioma neerlandés.
En el monólogo, que constantemente nos provoca una sonrisa por su finísima IRONÍA, nos pasea por parte de la ciudad de Ámsterdam y también por París, al adentrarse el juez-penitente, cuyo seudónimo es Jean-Baptiste Clamence, en las confesiones con recuerdos de su pasado.
Este cuenta a su nuevo íntimo amigo, cómo era su vida y cómo fue poco a poco cayendo en la desgracia psicológica por lo que ahora está de PENITENTE ... pues la conciencia lo martiriza por un PECADO de OMISIÓN que cometió.
Y así encuentra Camus el vehículo perfecto para desarrollar sus ideas filosóficas sobre el significado de la VIDA y la DESESPERACIÓN, explayándose en temas como la INOCENCIA, las ILUSIONES, el AMOR, la FELICIDAD, la AMISTAD, la CARIDAD, el PERDÓN, la GENEROSIDAD y el EGOÍSMO, la LIBERTAD y el LIBERTINAJE, el PECADO y la CULPA, la MUERTE, el SUICIDIO, el DUELO, el JUICIO FINAL, etc ...
En fin, muchos aspectos de la humanidad son comentados desde su visión filosófica de la existencia ... tras lentes de diferentes colores: EXISTENCIALISMO, ABSURDISMO y NIHILISMO ...
Es una obra para leer despacio y MEDITAR.

"Porque no puede decirse que ya no haya más piedad. ¡No, diablos! No dejamos de hablar de ella. Lo que ocurre es que sencillamente, no se absuelve ya a nadie.
Sobre la inocencia muerta pululan los jueces, los jueces de todas las razas, los de Cristo y los del Anticristo que, por lo demás, son los mismos, reconciliados en la mazmorra estrecha. Porque no hay que caer únicamente sobre los cristianos; los otros también están en la cuestión.
¿Sabe usted en qué se convirtió, en esta ciudad, una casa que cobijó a Descartes?
En un asilo de locos. Sí, es el delirio general y la persecución. Nosotros también, por supuesto, nos vemos obligados a incluirnos. Habrá podido darse cuenta de que no perdono nada y sé que por su parte usted piensa más o menos lo mismo. De manera que, puesto que todos somos jueces, somos todos culpables los unos frente a los otros, somos todos Cristos a nuestra mezquina manera: crucificados uno a uno y siempre sin saber. O, por lo menos, lo seríamos si yo, Clamence, no hubiera encontrado la salida, la única solución, la verdad, en fin"…
Lucila Argüello

Este libro de indecisa calificación genérica y que bien podría ser un monólogo teatral, una novela, un cuento largo o por qué no un ensayo, aparece unos meses antes de recibir el Premio Nobel, en 1956 y cuatro años después fallece sin haber publicado nada nuevo.
Acodado en la barra de un sórdido bar de Ámsterdam, el protagonista Jean Baptiste Clamens, como se hace llamar, abogado de profesión, aborda a un desconocido extranjero que parece tener dificultades para hacerse entender y le brinda su ayuda además de recabar su atención para relatarle la historia de su vida. Su voz es la única que vamos a oír de lo que se deduce que el lector carecerá de otro punto de vista que hubiera podido facilitarle la comprensión en algún momento de lo relatado.
La narración se desarrolla en cinco encuentros divididos en seis partes y tienen lugar en diferentes escenarios: el bar, México-City, las calles de Ámsterdam, una excursión a la isla de Marken, el barco de regreso y la habitación del hotel. A su vez forman dos bloques simétricos, separados por “EL DESCUBRIMIENTO ESENCIAL”: una tarde, en un puente de París, Clamence, entonces en la cima del éxito y lleno de buena conciencia, asiste sin intervenir al suicidio de un joven mujer.

“Había recorrido ya unos cincuenta metros más o menos, cuando oí el ruido, que a pesar de la distancia me pareció formidable en el silencio nocturno, de un cuerpo que cae al agua. Me detuve de golpe, pero sin volverme. Casi inmediatamente oí un grito que se repitió muchas veces y que fue bajando por el río hasta que se extinguió bruscamente. […] he olvidado lo que pensé en aquel momento. ”Demasiado tarde, demasiado lejos…", o algo parecido. Me había quedado escuchando inmóvil. Luego, con pasitos menudos, me alejé bajo la lluvia. A nadie di aviso del incidente”.

Este hecho supondrá el punto de partida de su personal bajada a los infiernos que le hará alejarse de París y recalar en un bar de mala muerte en Ámsterdam. Descubre que la FELICIDAD o ese estado de INOCENCIA en los que vive y que extrae tanto de su trabajo como de sus relaciones sociales, se fundan en un uso instrumental de aquellos con los que se relaciona. Esto le permitía sentirse superior -“Los jueces castigaban, los acusados expiaban su falta, y yo, libre de todo deber, sustraído al juicio y a la sanción, reinaba libremente en una luz edénica“- y despreciar en ocasiones a aquellos a los que defendía, pero también se le revela que del mismo modo que él juzgaba desde su superioridad también era juzgado por los demás.
El término “INOCENCIA” aparece en repetidas ocasiones en esta obra lo que me ha llevado a precisar su significado. Es leyendo un artículo magnífico de Jean Bloch-Michel llamado “Albert Camus y la tentación de la inocencia” donde encuentro una aproximación a este término ”Así pues la inocencia perece en cada uno de nosotros el día en que nuestra felicidad choca con las dos únicas potencias que tienen fuerza bastante para destruirla: la moral y la Historia. La caída no es otra cosa. Es el descubrimiento brusco de la culpa, no original, sino histórica y, por consiguiente, moral”.
O dicho de otra manera somos inocentes y felices hasta que la moral (es decir aquellos sistemas de pensamiento que nos dicen lo que está bien o mal) o la reflexión sobre los avatares históricos del ser humano (por ejemplo las atrocidades de la segunda guerra mundial) nos borra todo vestigio inocente para sumirnos en la CULPA de la cual TODOS PARTICIPAMOS. Por eso también afirma el crítico “Este acontecimiento obliga a reconocer a los demás y a reconocer también no sólo la necesidad, sino el valor de los nuevos lazos que anudan a los demás con uno mismo”.
El suicidio de la joven pone a Clamens ante el sinsentido de la vida, ese absurdo que nace de la confrontación del mundo indiferente con el hombre que desea encontrar razones para vivir y que no encuentra y cuyas salidas religiosas o políticas no le bastan. Camus aboga por la aceptación del “absurdo” definitorio de la condición humana. La vida, dice, “se puede vivir mejor si no tiene sentido”.
También le revela a Clamens su DUPLICIDAD -“Lo cierto es que, después de largos estudios hechos sobre mí mismo, vine a descubrir la duplicidad profunda de la criatura humana. Comprendí entonces, a fuerza de hurgar en mi memoria, que la modestia me ayudaba a brillar; la humanidad, a vencer, y la virtud, a oprimir“-, duplicidad que intentará sacar a la luz de aquellos que encuentre en ese reducto casi infernal que es el México-City investido de lo que llama juez-penitente con una doble faceta: procederá a la confesión de su amargo pasado en su calidad de penitente, por un lado para, por otro, arrogarse el derecho de juzgar a su interlocutor que llevado por la espiral confesional de Clamens procederá a la suya y asumirá el veredicto final.
No obstante, esta actitud contrita no está exenta de soberbia tal y como nos dice el propio Clamens al final de su confesión “De nuevo he vuelto a, permitírmelo todo; y esta vez sin risas. No cambié de vida, continúo amándome y sirviéndome de los demás, sólo que la confesión de mis faltas me permite volver a comenzar con mayor facilidad y gozar dos veces, primero de mi naturaleza y luego de un encantador arrepentimiento”. En conclusión hay que seguir viviendo al precio que sea.
Y ahí lo dejo. Obra difícil, de ambigua interpretación que se desarrolla en un contexto lleno de brumas lejos del esplendor mediterráneo, con un personaje sofisticado y cínico cuyo infinito monólogo lo sitúa en un género indeterminado y que desasosiega a la hora de buscar su significado.
Ana Ballester

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