Género: Narrativa
Editorial: La Felguera
Editorial: La Felguera
SINOPSIS:
Pío Baroja fue nuestro gran observador y paseante de los bajos fondos y las calles oscuras y tenebrosas, los suburbios y sus habitantes, lo que sucedía al caer la noche más allá de los límites de la ciudad burguesa, reglada y luminosa. Fascinado por la rareza, retrató un mundo en desaparición. Su interés era lo singular y extraordinario, desde las tabernas apachescas a las tiendas de objetos imposibles, seres que ya entonces estaban en extinción y cuyas historias quiso retratar. Conducido por el vagabundeo, se adentró en la ciudad oculta: «Yo he paseado de noche por las Injurias y las Cambroneras –escribió emocionado–, he alternado con la golfería de las tabernas de las Peñuelas y de los merenderos de los Cuatro Caminos y de la carretera de Andalucía. He visto mujeres amontonadas en las cuevas del Gobierno Civil y hombres echados desnudos al calabozo. He visto golfos andrajosos salir gateando de las cuevas del cerrillo de San Blas y les he contemplado como devoraban gatos muertos».
En cada lugar que visita reencanta el entorno, que convierte en el centro del mundo. Con frecuencia, emociona, estremece y sorprende. Sus fuentes de documentación son sus propias descripciones, en las que abundan crímenes y criminales, gestas violentas, conspiraciones e intrigas políticas, actuando como un detective aficionado que persigue rastros que ya han sido casi borrados. Debe darse prisa. Lo que queda es el paisaje, la prueba física de lo que una vez hubo. También el relato oral, al que acude continuamente gracias a sus «soplones»: libreros ya ancianos, viejos carlistas, golfillos, randas o vagos sin más cometido que apoyarse en farolas y ser sus ojos y sus oídos.
Las calles siniestras. Antología del eterno paseante es una selección de los más bellos artículos y ensayos de un sorprendente Baroja, convertido en un incansable flâneur y psicogeógrafo, que visita París y, una vez allí, no duda en recorrer sus barrios más legendarios, esos que estaban poblados de hampones, los cabarets del Cielo y del Infierno, el cabaret de los Asesinos, el laberinto de callejuelas sórdidas que, como escribió, eran más bellas al caer la noche. En París se cruza con Oscar Wilde, conoce a Erik Satie y ve a la policía cargar contra los anarquistas. En Londres sigue el rastro de los lugares y personajes de las novelas de Charles Dickens, recorriendo Whitechapel –donde poco más de una década antes había sembrado el terror Jack el Destripador– de la mano del anarquista Malatesta. Se incluyen sus memorables ensayos sobre la golfería, los gamberros o la bohemia castiza.
En cada lugar que visita reencanta el entorno, que convierte en el centro del mundo. Con frecuencia, emociona, estremece y sorprende. Sus fuentes de documentación son sus propias descripciones, en las que abundan crímenes y criminales, gestas violentas, conspiraciones e intrigas políticas, actuando como un detective aficionado que persigue rastros que ya han sido casi borrados. Debe darse prisa. Lo que queda es el paisaje, la prueba física de lo que una vez hubo. También el relato oral, al que acude continuamente gracias a sus «soplones»: libreros ya ancianos, viejos carlistas, golfillos, randas o vagos sin más cometido que apoyarse en farolas y ser sus ojos y sus oídos.
Las calles siniestras. Antología del eterno paseante es una selección de los más bellos artículos y ensayos de un sorprendente Baroja, convertido en un incansable flâneur y psicogeógrafo, que visita París y, una vez allí, no duda en recorrer sus barrios más legendarios, esos que estaban poblados de hampones, los cabarets del Cielo y del Infierno, el cabaret de los Asesinos, el laberinto de callejuelas sórdidas que, como escribió, eran más bellas al caer la noche. En París se cruza con Oscar Wilde, conoce a Erik Satie y ve a la policía cargar contra los anarquistas. En Londres sigue el rastro de los lugares y personajes de las novelas de Charles Dickens, recorriendo Whitechapel –donde poco más de una década antes había sembrado el terror Jack el Destripador– de la mano del anarquista Malatesta. Se incluyen sus memorables ensayos sobre la golfería, los gamberros o la bohemia castiza.
Prólogo de Servando Rocha.
OPINIÓN:
Pío Baroja, prolífico escritor de artículos (quizá no sea su faceta más conocida) fue nuestro paseante por antonomasia, dedicando incontables horas al arte, la pasión de caminar (y observar), sobre todo por las noches.
Este nocturno vagabundeo solía terminar con nuestro caminante a las afueras de la gran ciudad, en suburbios donde se daban cita la marginalidad y el golferío de comienzos de siglo (muy interesantes los artículos donde divaga sobre el origen de los términos ‘golfo’ y ‘gamberro’, por cierto).
Sobre todo por Madrid, pero también deambularemos por París y Londres (el Londres «dickensiano»), caminando por sus barrios tenebrosos y miserables (como el tristemente célebre Whitechapel). Recorreremos arrabales, rutas bohemias y pensiones de mala muerte acompañados por borrachos, chulos, trileros, mendigos, anarquistas, Jack el Destripador y pordioseros varios, como aquellos que comen gatos a orillas de un decrépito e infesto Manzanares, de los que el autor habla mejor que de la mayoría de aristócratas. Recordará también oficios que empiezan a perderse como el de aguador, y presenciaremos la fotografía tomada en su último paseo, meses antes de su muerte, por el Retiro y la Cuesta de Moyano, sonriente y con su sempiterna boina.
Una lectura envolvente, con una prosa sencilla pero muy eficaz, que no busca más que facilitar el paseo, el olor de las calles, el peso del oscuro cielo de aquellas noches al lector que, como yo, abra esas páginas un siglo después de haber sido escritas.
Este nocturno vagabundeo solía terminar con nuestro caminante a las afueras de la gran ciudad, en suburbios donde se daban cita la marginalidad y el golferío de comienzos de siglo (muy interesantes los artículos donde divaga sobre el origen de los términos ‘golfo’ y ‘gamberro’, por cierto).
Sobre todo por Madrid, pero también deambularemos por París y Londres (el Londres «dickensiano»), caminando por sus barrios tenebrosos y miserables (como el tristemente célebre Whitechapel). Recorreremos arrabales, rutas bohemias y pensiones de mala muerte acompañados por borrachos, chulos, trileros, mendigos, anarquistas, Jack el Destripador y pordioseros varios, como aquellos que comen gatos a orillas de un decrépito e infesto Manzanares, de los que el autor habla mejor que de la mayoría de aristócratas. Recordará también oficios que empiezan a perderse como el de aguador, y presenciaremos la fotografía tomada en su último paseo, meses antes de su muerte, por el Retiro y la Cuesta de Moyano, sonriente y con su sempiterna boina.
Una lectura envolvente, con una prosa sencilla pero muy eficaz, que no busca más que facilitar el paseo, el olor de las calles, el peso del oscuro cielo de aquellas noches al lector que, como yo, abra esas páginas un siglo después de haber sido escritas.
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