19 de mayo de 2019

"Serotonina", de Michel Houellebecq

serotonina houellebecq
FICHA TÉCNICA:
Género: Narrativa
Traducción: Jaime Zulaika
Editorial: Anagrama

SINOPSIS:
Florent-Claude Labrouste tiene cuarenta y seis años, detesta su nombre y se medica con Captorix, un antidepresivo que libera serotonina y que tiene tres efectos adversos: náuseas, desaparición de la libido e impotencia.
Su periplo arranca en Almería –con un encuentro en una gasolinera con dos chicas que hubiera acabado de otra manera si protagonizasen una película romántica, o una pornográfica–, sigue por las calles de París y después por Normandía, donde los agricultores están en pie de guerra. Francia se hunde, la Unión Europea se hunde, la vida sin rumbo de Florent-Claude se hunde. El amor es una entelequia. El sexo es una catástrofe. La cultura –ni siquiera Proust o Thomas Mann– no es una tabla de salvación.
Florent-Claude descubre unos escabrosos vídeos pornográficos en los que aparece su novia japonesa, deja el trabajo y se va a vivir a un hotel. Deambula por la ciudad, visita bares, restaurantes y supermercados. Filosofa y despotrica. También repasa sus relaciones amorosas, marcadas siempre por el desastre, en ocasiones cómico y en otras patético (con una danesa que trabajaba en Londres en un bufete de abogados, con una aspirante a actriz que no llegó a triunfar y acabó leyendo textos de Blanchot por la radio...). Se reencuentra con un viejo amigo aristócrata, cuya vida parecía perfecta pero ya no lo es porque su mujer le ha abandonado por un pianista inglés y se ha llevado a sus dos hijas. Y ese amigo le enseña a manejar un fusil...
Nihilista lúcido, Michel Houellebecq construye un personaje y narrador desarraigado, obsesivo y autodestructivo, que escruta su propia vida y el mundo que le rodea con un humor áspero y una virulencia desgarradora. Serotonina demuestra que sigue siendo un cronista despiadado de la decadencia de la sociedad occidental del siglo XXI, un escritor indómito, incómodo y totalmente imprescindible.

OPINIÓN:
Narrada en primera persona, el protagonista, que en plena decadencia en su edad madura es adicto a un antidepresivo, nos hace partícipes del hundimiento de su vida mientras recuerda, filosofa, despotrica, añora…
Me sorprendió el gran conocimiento de España de Houellebecq; no solo de la provincia de Almería, donde comienza la historia a finales de 2010, sino de las costumbres, las autopistas, las comidas, los paradores (hoteles con encanto que, según él fue uno de los logros de Francisco Franco, a quien considera un gigante del turismo) lo que me hace pensar que el autor fue uno de los miles de franceses de clase media, que hace años compró un apartamento en la costa española, pero que en lugar de limitarse a bajar a su playa y a comer barato en casa, viajó por España y como “bon vivant” disfrutó de la gastronomía y al igual que en Francia poco después, repasa ciudades, paisajes, lugares, hoteles exquisitos y muchos arquetipos reconocibles.
Y aunque la novela está llena de guiños a la defensa de vivir la vida plenamente y sin límites, Houellebecq, fiel a sí mismo, va haciendo el retrato de una sociedad desnortada y decadente que se hunde, en la que el protagonista, un hombre desarraigado, decepcionado y autodestructivo, que ha perdido totalmente los valores, repasa entre otras cosas, sus desastrosas relaciones amorosas en las que no falta el sexo explícito a que nos tiene acostumbrados.
En ocasiones cómica, en ocasiones patética y a veces escandalosa, la novela, demoledora, irónica y provocadoramente machista, es una crónica despiadada de la decadencia occidental, totalmente en la línea del actual “enfant terrible” de las letras francesas.
Yolanda Castilla Galdos

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