“Papá yacía en su ataúd en medio de la habitación. De las paredes colgaban tantas fotos que ya ni se veía la pared. En una de ellas papá era la mitad de grande que la silla a la cual se aferraba. Llevaba un vestido y sus piernas torcidas estaban llenas de pliegues adiposos. Su cabeza, sin pelo, tenía forma de pera. En otra foto aparecía en traje de novio. Sólo se le veía la mitad del pecho. La otra mitad era un ramillete ajado de flores blancas que mamá tenía en a mano. Sus cabezas estaban tan cerca una de la otra que los lóbulos de sus orejas se tocaban. En otra foto se veía a papá ante una valla, recto como un huso. Bajo sus zapatos altos había nieve. La nieve era tan blanca que papá quedaba en el vacío. Estaba saludando con la mano levantada sobre la cabeza. En el cuello de su chaqueta había unas runas. En la foto de al lado papá llevaba una azada al hombro. Detrás de él, una planta de maíz se erguía hacia el cielo. Papá tenía un sombrero puesto. El sombrero daba una sombra ancha y ocultaba la cara de papá. En la siguiente foto, papá iba sentado al volante de un camión. El camión estaba cargado de reses. Cada semana papá transportaba reses al matadero de la ciudad. Papá tenía una cara afilada, de rasgos duros. En todas las fotos quedaba congelado en medio de un gesto. En todas las fotos parecía no saber nada más. Pero papá siempre sabía más. Por eso todas las fotos eran falsas. Y todas esas fotos falsas, con todas esas caras falsas, habían enfriado la habitación”.
Este ha sido mi primer encuentro con la escritora rumano-alemana Herta Müller, Premio Nobel 2009.
¡Qué grata sorpresa ha sido para mí este descubrimiento literario!
Tierras bajas es un pequeño gran volumen de 126 páginas, 15 relatos entrañables y surrealistas, narrados por la inocente palabra de una niña.
Una niña pequeña o a veces una adolescente, que cuenta sin tapujos todo lo que ve y lo que siente, sus juegos y sus terrores, así como sucesos familiares: muertes, entierros, disputas, quejas, chismes, tradiciones, bailes y fiestas típicas, actos religiosos, vestuarios, peinados, costumbres, comidas, sus animales, el modo de vivir y la forma de amueblar y distribuir sus viviendas suabas (me divirtió mucho el baño suabo); el duro trabajo ... y todo lo que puede suceder en una aldea rural.
Cuenta la estricta forma en que es educada, con la dura crudeza campesina y la fuerte disciplina alemana; (las comunidades suabas eran alemanes afincados en Rumanía que formaban pueblecitos y se casaban solamente entre ellos), pues a esta sensible pequeña no se le permitía hablar en la mesa, ni llorar, pero sí la dejaban presenciar los actos cotidianos de la granja, que a sus ojos implicaban mucha crueldad, cuando se trataba de sacrificar animales para el consumo ...
Pero lo genial no es tanto lo que cuenta, sino cómo lo cuenta, cómo compone un colorido puzle de imágenes impresionistas en un estilo a veces totalmente surrealista ... ¡qué arte, pura poesía! Algunos cuentos son francamente oníricos ... pesadillas.
Y como sin querer, con su caleidoscopio de imágenes y retablos rurales, va desgranando las incongruencias del sistema comunista ... no crítica, no condena, pero expone hechos y resultados ...
En conclusión, me ha encantado y lo recomiendo.
"Mamá me ciñe la octava pretina en torno a la cintura. Las pretinas son blancas y angostas. Las pretinas son calientes y oprimen la cintura y me comprimen el aliento en la garganta. Peter aguarda sentado en una silla, a un extremo de la mesa. Las faldas bajeras, fruncidas en pliegues de piedra, están guarnecidas de encajes. Los agujeros de los encajes y su delicada osatura pesan y huelen a moho. Los encajes tienen venas calizas como las que recorren las largas paredes del molino viejo. La novena falda es de color gris claro como las ciruelas al amanecer. Flota sobre las faldas bajeras de piedra. Yo sólo siento su pretina caliente. La novena falda tiene flores blancas sobre un fondo de seda gris, penumbroso. Las flores son campanillas con la cabeza inclinada. Muchas de las cabezas quedan ocultas entre los pliegues. Sólo se ven cuando empiezo a girar, cuando el acordeón resuena, cuando el clarinete negro grita, cuando la piel de ternera del tambor zumba. Peter me hace girar en torno a su cara. Las campanillas blancas se marean y susurran una cadencia. Mis zapatos pisan una cadencia, los flecos de mi dengue tiemblan una cadencia, mis cabellos vuelan una cadencia".